Las nueve musas ediciones

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En Nuevas lunas nuevas, tema y estructura se fusionan de una manera sorprendente, a tal punto que su conjunto logra producir un entramado épico-lírico tan original como atractivo y tan profundo como vigente

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Flora Saenz fue mi abuela materna, fuerte campesina vasca trasplantada a Valladolid. Firmo estos versos con su nombre porque me ha parecido mejor regalarle un libro que hacerle solo una dedicatoria.

María Jesús Miranda

Este texto nos propone un recorrido mítico-poético por la historia de la civilización humana, recorrido en el cual, la luna, en tanto presencia física y simbólica, asume un ineludible papel protagónico.

La apuesta se redobla al introducir una fábula en la que se presenta a las hermanas luna («Mary, Olimpe, Flora… / Sarah, Rebeca, Clara… / Harriet, Mary, Emmeline…»), cuyos nombres, siempre de a tres —número primo—, atraviesan los dos últimos siglos hasta que logran multiplicarse o renacer en otras mujeres, aquellas que «un día salvarán la tierra», una brillante alegoría que nos remite al empoderamiento femenino que, felizmente, vemos crecer día a día. Por cierto, el tema de «lo femenino» (o, si se prefiere, del eterno femenino), con diferentes matices, atraviesa todo el libro.

El texto está dividido en cinco partes: «El origen de los seres humanos», «Luna austral», «Lunas de indios», «Entre el Tigris y Éufrates» y «Las hermanas luna». Estas partes, a su vez, despliegan sus propias subdivisiones, que varían en número según lo requiera el universo evocado. Huelga decir que esta estructura permite que los versos puedan leerse como un todo, y esta lectura, dicho sea de paso, es la que mejor se aviene a los propósitos de la obra. Pues, vale la pena destacarla, Nuevas lunas nuevas, fundamentalmente, es un poema de largo aliento, categoría a la que pertenecen títulos de innegable valía, como las Soledades, de Góngora; Primero sueño, de sor Juana Inés de la Cruz; Altazor, de Vicente Huidobro; La tierra baldía, de T. S. Eliot, o Muerte sin fin, de José Gorostiza.

En Nuevas lunas nuevas, tema y estructura se fusionan de una manera sorprendente, a tal punto que su conjunto logra producir un entramado épico-lírico tan original como atractivo y tan profundo como vigente, hecho que, con seguridad, los eventuales lectores (y, sobre todo, lectoras) sabrán agradecer.

Nuevas lunas nuevas, como dijimos, es un poema de largo aliento que, a la vez de evocar e introducir símbolos diversos (rasgo eminentemente poético), cuenta una historia. Y lo hace valiéndose de los recursos propios de la narrativa, lo que puede advertirse tanto en los primeros versos («Dicen los que saben / que los humanos nacimos / en las cuencas de cinco ríos y allí creamos nuestros dioses diversos») como en los últimos («Más tarde vinieron los brahmanes. / Esclavizaron a sus mujeres / y desterraron a los parias. // Luego, en el nombre de Buda, / olvidaron a sus antiguos dioses. / Pero esa es otra historia». Podríamos decir que los aspectos épicos priman por sobre los líricos, y estos, reducidos a su cariz simbólico, aportan a la historia que aquí se narra el misterio, el enigma y el encantamiento que la hace tan especial, como ocurre, por ejemplo, en el siguiente fragmento: «A todos alimentas / en las tres formas de tu leche: / pura, mantequilla y suero, / y das techo y calor / con tus excrementos. / Y así, a las orillas del Indo, / los humanos nacimos con un padre amoroso / y una madre pródiga».

Los versos son en su mayoría cortos, espaciados, despojados de todo ornamento, pero no por ello exentos de belleza. En ellos pueden encontrarse referencias mitológicas, históricas, religiosas y literarias (como las acertadísimas menciones a Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca), algo que no hace sino confirmar la vasta cultura de la autora y la seriedad de su proyecto.

Otro recurso estilístico que nos corresponde subrayar es el cambio de voces en el texto, aquello que, en la novelística tradicional —sobre todo, a partir de Henry James— se llamó punto de vista narrativo. Con esto queremos decir que hay tramos que están escritos en primera persona del plural, otros que están escritos en segunda del singular y otros que están escritos en primera persona del singular. Esto sucede con tanta naturalidad que puede entenderse como parte de un mismo discurso (un yo [un yo poético] que se dirige a un y que, por momentos, se incluye también en un nosotros), y el efecto que produce voluntaria o involuntariamente le da al conjunto de la obra un dinamismo inmejorable.

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