Ariadna, una becaria que trata de hacer su tesis doctoral en un laboratorio de biología, recibe de su jefe un encargo inusual: realizar un perfil genético de dos muestras que no han pasado por los controles habituales.
Ese mismo día, para hacer más amena una visita guiada de un grupo de estudiantes de secundaria, invita a un profesor a hacerse un frotis bucal y lo junta con las otras dos muestras. Inexplicablemente, aparecen dos coincidencias con dos bases de datos del otro lado del Atlántico, una “discreta”, la otra, supersecreta.
Sin saberlo, ha puesto en marcha una cadena de violencia y muerte que involucra a su jefe, a la policía y a tres generaciones de mujeres de una misma familia y que salpica a una trama corrupta, a un club de supermillonarios y a las más altas cimas de una institución cuyo reino no es de este mundo.
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En esta novela, que tiene una base científica que he procurado que sea sólida y contrastada, mi objetivo más obvio ha sido desarrollar una trama de intriga con la que entretener a los lectores, si es que alguna vez llego a tenerlos. Hay un segundo nivel de lectura, que es el análisis de los modos en que se puede moldear la mente y la voluntad de una persona para que sea lo que no quiere ser y haga lo que nunca hubiera aceptado hacer. Los procesos de condicionamiento a los que son sometidos James e Ismael difieren en intensidad, duración y sutileza, pero coinciden en su resultado final: generar un autómata a imagen y semejanza de quien los programó. En el caso de James, le he dado la oportunidad de redimirse por el amor. En el de Ismael, que el Cielo le juzgue.