La analogía es uno de los recursos lingüísticos más usados en la formación de palabras. Sin embargo, muchas veces, por su mala aplicación, se producen errores gramaticales de todo tipo.
A continuación, analizaremos los pros y contras de esta estrategia tan común.
Hasta aproximadamente mediados del siglo XX, cada vez que alguien mencionaba la palabra analogía en un contexto relacionado con el campo de las Ciencias del Lenguaje, no había duda de que se estaba refiriendo a la parte de la Gramática que se ocupaba de estudiar, por un lado, la estructura interna de las palabras y, por el otro, los fenómenos de flexión y derivación, es decir, no había duda de que se estaba refiriendo a lo que más tarde se conoció con el nombre de morfología.[1] En la actualidad, pese a los muchos cambios de nomenclaturas que ha sufrido la Gramática, se sigue llamando analogía al principio de asociación por el cual se forman palabras a partir de la semejanza entre elementos lingüísticos que cumplen igual función o poseen alguna coincidencia estructural.
De la analogía se ha dicho que es uno de los disolventes más activos de las lenguas, pero, también, que es la más clara evidencia de su constante evolución. Más allá de las diferentes posturas que se han tomado respecto de ella, lo cierto es que la importancia de la analogía es esencial; en primer lugar, porque explica la introducción de palabras de una lengua en otra afín; en segundo lugar, porque, dentro de una misma lengua, determina cambios de letras y de acentos que no pocas veces entran en contradicción con las leyes fonéticas.
En nuestro idioma son frecuentes los casos de analogía. Se dan fundamentalmente en voces que, pese a ser, en su origen, femeninas, toman el género masculino cuando se aplican a varones. Tal es el caso de la palabra modisto (de modista), en el que se quiso evitar que la palabra terminara en -a, por analogía con otras voces que en masculino terminan en -o (como indiscreto, obsoleto, etc.). Es evidente que quienes propiciaron este cambio olvidaron que ya existían muchas profesiones masculinas que terminaban en -a, como maquinista, periodista, taxista, futbolista, oculista o taxidermista, por citar tan sólo algunos ejemplos.
Además de los casos de analogía que se encuentran en la flexión de sustantivos y adjetivos, podemos hallar otros que impactan en el lexema o morfema base, como, por ejemplo, diezmar por dezmar, por la influencia de diezmo. Estos casos son también habituales en palabras de distinto origen. Así, siniestro (del latín sinistrum) diptongó a la manera de diestro; nuera (del latín nurus), a la manera de suegra. La palabra miércoles (de dies Mercurii) se hizo esdrújula para igualarse al acento en la primera sílaba que llevaban los demás días de la semana. Por analogía se forman, del mismo modo, femeninos de participios activos terminados en -ente, como presidenta, sirvienta, regenta, etc., y no creo que haya purismo —por más estricto que sea— capaz de censurarlos.[2]
Con todo, existen también casos de falsa analogía. Un ejemplo de esto bien podría ser el género de la palabra armazón; la RAE, salvo una excepción, la registró como femenina hasta 1956 (la armazón), y a partir de 1970, quizá por la presión de los hablantes, la convirtió en ambigua, de modo que ahora se puede escribir indistintamente el o la armazón; este cambio se debe a su uso analógico como masculino (el armazón), por comparación con las restantes palabras que, aun siendo femeninas, llevan antepuesto el artículo masculino el, como agua, alma, ave, arte, etc., pero con una salvedad que, al parecer, se perdió de vista en el proceso: el artículo el se antepone a palabras femeninas que comienzan con a o ha tónicas, condición que no se cumple en la palabra armazón.[3] Por razones similares se suele decir de este agua no beberé, queriendo evitar así colocar la vocal a ante otro sonido semejante: esta regla, válida en el caso anterior, no se aplica cuando se trata de un determinante demostrativo, por consiguiente, lo correcto es escribir y pronunciar esta agua, esta ave, esta hacha, etc.
De la misma manera, por aplicación de falsas analogías se producen errores léxicos. Así, se escribe *extrovertido en lugar de extravertido, por asociación a introvertido, y se escribe *intravertido en lugar de introvertido por asociación con extravertido. Tampoco es correcto el uso de las formas verbales *amastes, *temistes, *dijistes, que se produce por analogía con la terminación de amas, temes, dices; ni *andó, *condució, *rompido, por analogía con formas como cantó, deslució, torcido.[4] La falta de lógica que tantas veces afecta al lenguaje se pone asimismo en manifiesto en ciertas correlaciones como la que se da con los verbos convergir y divergir; el primero tiene como sinónimo converger, pero para el segundo no existe la grafía *diverger.[5]
Cabe señalar que la analogía, cuando se emplea juiciosamente, no sólo da lugar a neologismos, sino también a formas sintagmáticas. Un caso muy popular es el de en olor de multitud, expresión muy común hasta hace algunas décadas en la prensa española.[6] Esta locución alude a la persona recibida o despedida con calidez por una gran multitud, y está formada por analogía de en olor de santidad, que se aplica a la persona fallecida con fama de santa. Como se trata de una expresión no del todo agradable (las multitudes no suelen tener muy buen olor) se intentó sustituir olor por loor y así crear una locución distinta, en loor de multitud, pero las personas detrás de la propuesta no repararon en que esa frase resulta inaceptable desde el punto de vista semántico, ya que loor, por su significado (‘elogio, alabanza’), es inaplicable en ese contexto, pues en él, así como está construida la frase, las loadas serían las multitudes y no la persona, como en principio se pretende.
Un caso similar es el que presenta la expresión salva de pitos; en efecto, sabemos que el significado originario de la palabra salva es el de ‘serie de disparos hechos con arma de fuego’ (por ejemplo, cañonazos u otros disparos con piezas idénticas de artillería), pero, si se admite salva de aplausos para referirse en sentido figurado a los ‘aplausos nutridos con que prorrumpe una concurrencia’, no habría razón para no considerar correcta la locución salva de pitos, es decir, «pitos nutridos con que prorrumpe una concurrencia»; pues, si en el primer caso es una muestra de aprobación, en el segundo lo será de repudio.
[1] Hasta los primeros años de la década del cincuenta del pasado siglo, la Academia seguía llamando Analogía al tratado de las formas de las palabras, aunque en el Epítome, texto un poco más moderno, ya se empleaba la denominación Morfología, que, finalmente, se oficializaría en 1973 con la publicación del ‘Esbozo de una nueva gramática del español‘.
[2] Ante la polémica suscitada hace unos años por la supuesta incorrección de la palabra presidenta, recomiendo la lectura del siguiente artículo: https://www.fundeu.es/escribireninternet/presidenta/.
[3] Por razones de fonética histórica, los sustantivos femeninos que comienzan con a tónica (agua, ave, alma, etc.) van precedidos por el artículo masculino el y no con el femenino la. Sin embargo, con los determinativos, como todo, mucho, este, etc., se deben usar las formas femeninas correspondientes (toda ave que surque el cielo; tengo mucha hambre; esta arma no me sirve).
[4] Véase Amando de Miguel. La perversión del lenguaje, Madrid, Espasa-Calpe, 1985.
[5] Véase Andrés Santamaría y otros. ‘Diccionario de incorrecciones, particularidades y curiosidades del lenguaje‘, Madrid, Paraninfo, 1988.
[6] Véase Bernardino M. Hernando. Lenguaje de la prensa, Madrid, Ediciones de la Universidad de Madrid, 1990.
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