Debido a los «vientos de renovación» pedagógica que comenzaron a soplar a fines del siglo XX, la Sintaxis se vio paulatinamente relegada de los ámbitos de enseñanza de la lengua. Sin embargo, todo indica que los resultados de este cambio no fueron tan auspiciosos como se presagiaba.
En este artículo reivindicaremos el estudio de aquella parte fundamental de la Gramática.
I
La Sintaxis es la disciplina que presenta más problemas a la hora de enseñar el idioma castellano; no tanto por su complejidad, sino por la mala fama que posee. En efecto, desde hace décadas viene propagándose la idea de que su aprendizaje es tarea difícil y poco grata para los alumnos, quienes, pobrecitos, ya de por sí tienen bastante con soportar las aburridas clases de Lengua y Literatura.
Es fácil advertir que los que defienden esa idea son los mismos que suponen que, para aprobar una materia como ésta, sólo es necesario superar unos simples ejercicios de expresión lingüística práctica y dominar las reglas ortográficas con cierta pericia; los mismos que creen que la lengua que se enseña en las aulas no es la lengua real que ellos conocen y utilizan como vehículo de expresión, sino una «lengua de laboratorio» o un «invento de gramáticos»; los mismos que, curiosamente, hoy se rasgan las vestiduras al denunciar lo mal que escriben los jóvenes que aspiran a ocupar un puesto importante de trabajo.[1]
No es mi intención cuestionar los contenidos pedagógicos de las últimas décadas. Por el contrario, creo que, de no haber sido por ellos —al menos, en lo que respecta a la materia Lengua y Literatura— los alumnos de nivel medio no hubieran sabido nunca nada acerca de gramática textual ni de pragmática. Sin embargo, el enfoque puramente comunicacional que viene dominando la mayoría de los planes de estudio no ha dado resultados positivos. En efecto, de un tiempo a esta parte son frecuentes opiniones como esta que recoge un viejo artículo periodístico: «No es de calidad una enseñanza que está produciendo los alarmantes niveles de degradación de la expresión oral y escrita de una población que está supuestamente educada y escolarizada»[2].
Con ello comprobamos que el fracaso en la obtención de resultados positivos coincide con los cambios de contenidos y de enfoques que mencionábamos más arriba, lo que no necesariamente se debe a la falta de solidez de los postulados teóricos que vinieron a reemplazar a los ya anquilosados temarios de Gramática y Ortografía, sino al descuido de ciertas áreas que, en mi opinión, son imprescindibles para la enseñanza de la lengua. Máxime, si tenemos en cuenta que las sociedades actuales se articulan en torno a una cultura lingüística, que exige a sus ciudadanos un dominio correcto y fluido del idioma.
II
Si bien es cierto que, a esta altura de los acontecimientos, la Gramática ha dejado de ser la «ciencia que enseña a hablar y escribir correctamente nuestro idioma», como se podía leer en las ediciones de la Real Academia Española hasta 1932,[3] también lo es que la Gramática sigue siendo el mejor camino para lograr una expresión clara, concisa y acabada, pues conocer cómo se estructuran y relacionan las unidades de la lengua permite a los hablantes un conocimiento mayor y, por lo tanto, un mejor dominio de la oralidad y la escritura.
Ahora bien, conviene recordar que muchos de los errores que habitualmente se cometen tienen que ver con las dos relaciones sintácticas por excelencia: la concordancia y la rección. Así pues, vemos que se repiten el uso del plural en oraciones impersonales (*Hubieron muchos hombres en la arena) o el mal uso de preposiciones, como en los casos de dequeísmo (*Pienso de que tenemos que irnos ahora).
Del mismo modo, vemos que muchos alumnos no pueden distinguir funciones sintácticas elementales, por ejemplo, cuando le asignan la función de sujeto a un sintagma preposicional. Un caso paradigmático es el que se da oraciones como la siguiente: «A Lucía le gustan los bombones». La mayoría de los alumnos, por una cuestión si se quiere inercial, piensa que el sujeto de la oración es «A Lucía», y esta falta de razonamiento es la misma que produce solecismos y anacolutos de toda índole.
Mi experiencia como docente y corrector de textos me ha permitido apreciar que estos errores (y otros parecidos) responden a la falta de conocimientos básicos de Sintaxis, y que la única manera de resolver el problema de manera definitiva es devolverles a los estudios sintácticos el lugar que otrora poseían, aunque, claro, esta vez con un planteamiento mucho más útil y práctico.
III
La Sintaxis es una disciplina que no sólo hay que reivindicar por su incuestionable importancia gramatical, sino también por sus múltiples resortes lógicos y culturales. La Sintaxis supone un orden lógico, el de los sintagmas y las palabras; supone asimismo una dinámica de relaciones y combinaciones que puede convertirse en pensamiento, estilo o artificio. Recordemos, sin ir más lejos, lo que decía el maestro Gili Gaya en el prólogo a su ‘Curso superior de sintaxis española’:
Todo idioma, en un momento determinado de su historia, posee un repertorio más o menos extenso, pero siempre limitado, de fórmulas estructurales que no agotan la vasta complejidad de nuestra vida interior. Expresarse en una lengua cualquiera supone, por consiguiente, usar de unos andadores fáciles con los cuales marchará cómodamente el pensamiento; pero al mismo tiempo quedamos limitados al empleo de las formas expresivas que acepte como válidas la comunidad parlante de que formamos parte. El artista de la palabra, al poner en tensión todos los recursos de que es capaz su idioma, consigue crear nuevas formas de lenguaje que pueden ser admitidas o eliminadas por su grupo social, o por algunos de sus sectores. El hombre vulgar, carente de originalidad expresiva, se atiene a las fórmulas elaboradas en su comunidad lingüística y tiende a perpetuarlas. El cultismo sintáctico de nuestros escritores del Renacimiento, al tratar de adaptar a la lengua vulgar la estructura de la frase latina, con sus transposiciones y sus ablativos absolutos, obligó a la Sintaxis castellana a contorsiones atrevidísimas de las cuales salió notablemente enriquecida. Muchas de sus novedades fueron eliminadas; algunas se incorporaron a la lengua literaria, y por la presión constante de ésta han pasado en parte a la lengua hablada, ni más ni menos que el cultismo léxico de la misma época.[4]
Como vemos, es la propia sociedad la que reclama un mayor provecho y unos mejores logros en el ejercicio y dominio de la expresión lingüística, donde la enseñanza de la Gramática —y convengamos que la Sintaxis no es más que la puesta en funcionamiento de las unidades gramaticales— adquiere un papel decisivo, ya que ayuda a los hablantes a adquirir el pleno conocimiento de su lengua y el dominio cabal de su expresión.
[1] Es muy común oír a gerentes de RR. HH. proferir comentarios como éste: «El postulante cumple todos los requisitos para el puesto…, lástima que no sabe expresarse».
[2] El País, edición del 22, de septiembre de 1993.
[3] Ya en 1922, el profesor Américo Castro decía con cierto sarcasmo: «… la gramática no sirve para hablar o escribir correctamente la lengua propia…, lo mismo que el estudio de la acústica no enseña a bailar o de la mecánica a montar en bicicleta».
[4] Samuel Gili Gaya. Curso superior de sintaxis española. Barcelona, Bibliograf S.A., 1980.
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